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GENOCIDIO ARMENIO: UNA HERIDA ABIERTA

Foto: Alessia Ramponi

El genocidio armenio, uno de los capítulos más oscuros de la historia, ha dejado una marca indeleble en la memoria colectiva del pueblo armenio. Entre 1915 y 1923, las autoridades del Imperio Otomano llevaron a cabo una campaña de persecución, deportación y exterminio contra los armenios. Durante este periodo, aproximadamente 1.5 millones de armenios perdieron la vida en una serie de brutales masacres, deportaciones y campos de concentración. La promoción del odio racial y existencial contra los armenios fue un factor crucial en la escalada de la violencia y en la justificación de las atrocidades perpetradas contra ellos. Este sentimiento contribuyó a la deshumanización y la persecución sistemática de los armenios como grupo étnico. Han pasado más de cien años desde entonces, pero las heridas del genocidio armenio continúan abiertas y el pueblo armenio sigue enfrentando amenazas que buscan su extinción.


Los genocidios no son eventos fortuitos, sino que se planifican y ejecutan de manera deliberada con el objetivo de destruir parcial o totalmente a un grupo étnico, religioso o racial específico. Los actos de genocidios no solo constituyen atrocidades en sí mismos, sino que también sirven como herramientas para llevar a cabo limpiezas étnicas. En este contexto, la persecución y exterminio de los armenios no solo buscaban su aniquilación física, sino que también se utilizaban como medios para llevar a cabo una limpieza étnica en la región, con el objetivo de borrar su identidad y cultura. Estos eventos reflejan la obsesión por la pureza racial, la polarización identitaria y el odio hacia aquellos percibidos como diferentes, aspectos estructurales en los procesos genocidas. Desde la perspectiva del derecho internacional, el genocidio es considerado uno de los crímenes más graves y su prevención y castigo son prioridades fundamentales para la comunidad internacional.


Sin embargo, el reconocimiento oficial del genocidio armenio sigue siendo un tema de gran controversia y disputa política. Hasta la fecha, pese a las evidencias contundentes, Turquía se niega a reconocer que los hechos ocurridos en este periodo pudieran ser constitutivos de genocidio y delito de lesa humanidad. La negación del genocidio armenio obstaculiza el camino hacia la reconciliación entre Turquía y Armenia al dificultar el reconocimiento de los crímenes del pasado y la construcción de una memoria histórica compartida que fomente la reflexión y justicia. La postura de Turquía no solo promueve una ideología negacionista que perpetua el genocidio bajo otras formas, sino que también establece un precedente peligroso al normalizar la impunidad de los perpetradores de crímenes de lesa humanidad.


Aunque el genocidio armenio se remonta décadas atrás, el pueblo armenio aún enfrenta peligros que amenazan su existencia. Azerbaiyán, aliado de Turquía, continúa perpetrando agresiones contra Armenia, como se demostró en la invasión militar de septiembre de 2023 de Nagorno Karabaj, provocando el desplazamiento forzoso de más de 40,000 armenios. Además de la agresión territorial, el gobierno azerí promueve activamente el discurso de odio contra los armenios mediante sus medios estatales y declaraciones oficiales. Los discursos de odio no solo incitan a la violencia y la discriminación, sino que también alimentan un clima de tensión y conflicto prolongado entre ambas naciones. Abogar abiertamente por el exterminio de los armenios es un llamado a la violencia genocida, lo que contraviene gravemente los principios fundamentales de la humanidad.


Las agresiones perpetradas por Azerbaiyán, así como la persistente negación del genocidio armenio por parte de Turquía, prolongan el sufrimiento del pueblo armenio. A pesar de las terribles consecuencias del genocidio armenio, la historia demuestra que el odio y la intolerancia persisten, manifestándose una vez más en formas de agresión, desplazamiento y discriminación. La persecución de los armenios refleja una dolorosa realidad en la que el destino de este pueblo está entrelazado con la capacidad de forjar un futuro donde el respeto y la tolerancia prevalezcan sobre el odio y la división. Solo a través de un compromiso firme con estos valores, se podrá allanar un camino hacia la reconciliación y la coexistencia pacífica.


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